Las plagas de verano son un factor preocupante para la agricultura que se ha complicado aún más con el cambio climático. Durante esta época es cuando más rápido se multiplican estos agentes nocivos, las altas temperaturas aceleran tanto su metabolismo como su ciclo vital, lo que desemboca en un rápido aumento de las poblaciones.
La larva de la mosca blanca necesita mucha proteína para crecer y, por eso, consume una gran cantidad de savia, que contiene una gran proporción de azúcar. Por ello, los daños que causan son el resultado de la succión de la savia de las hojas y la segregación de melazas (exceso de azúcar):
El pulgón también se alimenta de savia, lo que produce deformación de las hojas y nuevos brotes y produce melazas capaces de atraer a otros insectos. Pueden transmitir sustancias tóxicas a la planta a través de su saliva y también son capaces de transmitir virus. El mayor inconveniente es que no suele detectarse hasta que es un verdadero problema, ya que se reproducen de forma muy rápida. Los cultivos afectados por los pulgones presentan numerosas manchas negras por el tallo y las hojas de las plantas.
Entre los arácnidos, la araña roja es la más importante, por su gran adaptación a condiciones de altas temperaturas y bajas humedades, se ha visto que su incidencia está aumentando con el paso de los años.
La falta de humedad hace que los nemátodos se reúnan en torno a los cultivos, atraídos por el agua que se aplica a las plantas como parte de su tratamiento.
Algunas especies de hormigas esparcen y protegen a otras plagas, como los saltahojas. Además, atacan con ferocidad a muchas plantas.
Además del calentamiento global, otro factor que ha favorecido el crecimiento de las poblaciones de plagas es el uso excesivo de insecticidas, que ha provocado que muchos de estos agentes hayan desarrollado inmunidad. Por ello, es importante que apliquemos estrategias de control alternativo para combatirlos.
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